La puerta de la taberna crujió en un lángido sollozo cuando el gnomo Nako la empujó. No había demasiada gente aquella tarde. Los luchadores de Pugilato se quedaban con toda la expectación de la gente de la populosa ciudad costera los dias como aquel. En la barra, dormitaba un viejo y descolorido posadero que apoyaba cansinamente su cara entre sus manos. A un par de metros, al fondo, dos marinos talesios susurraban y reían alocadamente visiblemente borrachos por el barato, aunque fuerte, vino de la zona. En una mesa, tres pares de ojos vigilaban al extraño gnomo y sus arrítmicos andares. Uno de ellos, un bárbaro del desierto armado con un extraño arco y un poderoso y brillante martillo se recostó en la silla mientras sonreía y decía a sus compañeros: ya está aquí!. Otro de ellos, un extraño indivíduo de aspecto peligroso, seguía con su vista fija en la bolsa de uno de los borrachos de la barra. El tercero, que se encontraba de espaldas a la puerta, completamente vestido al modo talesio, enguantado en terciopelo negro y cuero bien engrasado se giró para ver al gnomo mientras sacudía su amplio sombrero emplumado. Entre sus dientes escapó, como un pequeño susurro, un ligero sonido. Para muchos no era más que eso... para sus compañeros, algo bien inteligible: puto gnomo.
Sonriendo, cerró la brújula broncínea con la que jugaba y se levantó para hacer sitio a su compañero.
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