jueves, 10 de noviembre de 2016

La Maldicion



Sí, sin lugar a dudas había reaccionado, la tinta, mezcla  milenaria de jugos y sustancias se extendía ahora por el brazo y el hombro de la criaturita. Sería un poderoso  Suitai, siempre claro, que recibiera el adiestramiento apropiado, pero mirando de soslayo a sus progenitores, Elmmander lo dudaba. Se incorporó y se dirigió a ellos.

- Tengo que dejar pasar unos momentos, si no tienen ningún inconveniente pues, le tatuaré.

Lo que en el continente se consideraba un mal augurio, una maldición, aquí, en esta inhóspita, fría y remota tierra podía ser la sutil diferencia entre vivir o morir, se dijo. Se encaminó a la puerta a tomar un poco el aire mientras dejaba actuar al preciado mejunge. Dirigió sus ojos hacia el noreste y pensó, no estoy lejos de "casa" y, ya que no tengo más visitas... Serán pocas jornadas y así podré proveerme.

Estaba decidido, se giró y entro de nuevo en la vivienda, se acercó al lecho y le susurro algo al niño al oído, que lo miraba entre curioso y sorprendido, y pareció quedar totalmente relajado.

Removió entre sus cosas y alcanzó una pequeño frasco, el poco "sheik" que le quedaba sería suficiente para este tatuaje, quizá para uno más. Tomó en su zurda la favorita de entre sus agujas y buscó el definitivo consentimiento de sus padres. Éstos se miraron tiernamente y al unísono asintieron con un leve movimiento de cabezas.

Elmmander procedió.

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